Cultura.
(Del lat. cultūra).
1. f. Cultivo.
2. f. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
3. f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.
4. f. ant. Culto religioso.
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El ser humano es un animalito que necesita vivir en sociedad y así lo hace.
De la comunicación y la interacción con sus semejantes y consigo mismo, nacen las normas, los valores y las experiencias a las que se les denomina "Cultura".
Esa transmisión permanente de Cultura desencadena el proceso de interpretación, apropiación y creación de lo que llamamos Conocimiento.
Es decir, que todo tipo de conocimiento es siempre producto de la cultura en la que se desarrolla; y la cultura a su vez, es producto de la manera en que interactúan los individuos de una misma comunidad.
Las grandes teorías científicas, estéticas o filosóficas no nacen del genio de ciertos hombres per se; sino más bien, es el genio el que permite a ciertos hombres intuir de un modo particular las experiencias y conocimientos “flotantes” de su época; marcando, muchas veces, el rumbo que después otros tomarán.
Así podemos ligar a Freud con el Psicoanálisis, a Schoenberg con el Dodecafonismo y a Bretón con el Surrealismo -por citar sólo algunos ejemplos- afirmándolos como creadores, cuando en realidad, sólo habría que reconocerles la capacidad de síntesis y la intuición mostradas al momento de exponer sus ideas.
Cualquier producto resultante de la inteligencia humana, es pues, propiedad común del ser humano. Ya sea que hablemos de poemas, novelas, ensayos, piezas musicales, grabaciones en video, marcas comerciales, publicaciones gráficas, software, etc.
Aquí vamos a referirnos principalmente a lo musical por dos sencillas razones: por ser pan de cada día de éste quien escribe y sobre todo, porque la música es la responsable más directa del asunto que aquí nos compete.
El atractivo de compartir archivos musicales fue el crack del crecimiento de la Internet. Impulsó la demanda para accesos más poderosos a Internet mucho más que cualquier otra aplicación. Sin duda fue la aplicación que impulsó la demanda de ancho de banda. También puede que sea la aplicación que impulse la demanda de regulaciones que, al final, acaben matando la innovación en la Red.
Volviendo la vista
Existen casos aislados de autores como Marco Vitruvio que ya en el año 25 a.c. se ocupaba del tema de la propiedad intelectual en su Libro Séptimo de Architectura, diciendo:
“Ahora bien, así como hay que tributar merecidas alabanzas a éstos, incurren en nuestra severa condenación aquellos que, robando los escritos a los demás, los hacen pasar como propios. Y de la misma manera, los que no sólo utilizan los verdaderos pensamientos de los escritores, sino que se vanaglorian de violarlos, merecen reprensión, incluso un severo castigo como personas que han vivido de una manera impía".
Sin embargo, no es hasta tiempo después de la aparición de la imprenta, que aparece la posibilidad de proteger no sólo un objeto como propiedad intelectual, sino sus múltiples reproducciones como fuentes de la misma.
Así pues, el Estado comenzó a controlar las producciones con un doble fin: proteger a quienes invertían –no tanto a los creadores- en la difusión de obras y controlar esta nueva fuente de “oposición al poder”. Bien sabido es que nada revolucionó tanto el pensamiento humano, como la aparición de la palabra impresa.
Así, en 1710 se otorga la primera protección formal al derecho de autor a través del estatuto de la Reina Ana de Inglaterra, que crea el derecho exclusivo a imprimir. En España, la primera ley data de 1762 y en Francia, es hasta 1791 cuando se suprimen los privilegios de los impresores y surge el derecho a favor de los creadores.
Estos datos cobran especial relevancia, desde mi punto de vista, si recordamos el ejemplo de Leonardo Da Vinci.
El famoso inventor, arquitecto, pintor, escultor, músico e ingeniero florentino, sin duda una de las mentes más brillantes que la humanidad ha conocido, murió en el año 1519 y jamás tuvo que preocuparse en vida de proteger su extensa e influyente obra de posibles atracos.
En nuestra tradición, la propiedad intelectual es un instrumento. Crea la base para una sociedad ricamente creativa pero se queda en una posición subordinada con respeto al valor de la creatividad. El debate actual ha puesto esto del revés. Hemos llegado a preocuparnos tanto con proteger el instrumento que hemos perdido de vista el valor que promovía.
Así es común que la escena musical mundial esté repleta de artistas con poco talento creativo y tengan al mismo tiempo una aceptación general por parte del público.
Es normal hoy en día, enterarse de que algún nuevo cantante pop inventó un montón de canciones aburridas y poco artísticas –desde el punto de vista creativo- con las cuales consigue hacerse de una importante remuneración económica.
Con esto podemos afirmar, entonces, que la llamada piratería no es otra cosa que el hijo no reconocido del capitalismo en su estado más salvaje.
Sólo así se explica que un personaje como Leonardo jamás fuese “pirateado” en vida y pese a lo trascendental de su obra jamás tuviera que preocuparse al respecto; y que la estrellita fugaz de turno -llámese Ricky Marti o cualquiera de su tipo- tenga siempre que preocuparse de no ser pirateado. Y no por el talento que dicho “artista” pueda tener, pero por las ganancias que percibe de su obra.
El derecho de autor tuvo en sus orígenes un caracter material y territorial y sólo se reconocía dentro del territorio nacional pues al referirse a obras literarias el idioma suponía una barrera. Sin embargo, tomando en cuenta la universalidad de las obras del espíritu cuya explotación traspasa las fronteras físicas, se vio la necesidad de proteger el intercambio cultural de modo que se preservase tanto los derechos morales como patrimoniales del autor.
Así, en 1886, se formalizó una reunión de intelectuales con el fin de crear un instrumento legal para proteger las obras literarias y artísticas. El Convenio de Berna (9 de septiembre de 1886), es el punto de partida y a lo largo de más de un siglo, ha contado con otras reuniones igualmente importantes como la Convención Universal y el Convenio de Roma -por citar algunas- para sentar bases de protección para los creativos intelectuales.
Mr. Disney
En 1928 nació un personaje de dibujos animados, al que con el tiempo se le conocería como Mickey Mouse.
Un año después de aparecer la primera cinta sonora, la inolvidable “El cantor de jazz”, nuestro ratoncito hace su aparición en su primera cinta sonora titulada Steamboat Willie.
En dicha cinta, Walt Disney copiaría la técnica utilizada en El cantor de jazz y mezclaría el sonido con los dibujos animados. Disney no estaba seguro si funcionaría y sería bien recibida por el público, pero la historia posterior demuestra que vaya si le funcionó.
Dejemos que sea el mismo Walt quien nos cuente lo ocurrido en aquel verano del 28:
“Dos de mis muchachos sabían leer música y uno de ellos tocaba el órgano.
Los pusimos en una habitación en la que no podían ver la pantalla y lo arreglamos todo para llevar el sonido a la habitación en la que nuestras esposas y amigos iban a ver la película.
Los muchachos trabajaban a partir de una partitura con música y efectos sonoros. Después de varias salidas en falso, el sonido y la acción echaron a correr juntos. El organista tocaba la melodía, el resto de nosotros en el departamento de sonido golpeábamos cacerolas y soplábamos silbatos. La sincronización era muy buena.
El efecto en nuestro pequeño público fue más que electrizante.
Respondieron casi instintivamente a esta unión de sonido y animación. Pensé que se estaban burlando de mí, de manera que me senté entre el público y lo hicimos todo otra vez. ¡Era terrible, pero era maravilloso! ¡Y era algo nuevo!”
Disney había creado algo muy nuevo, basándose en algo relativamente nuevo. El sonido sincronizado dio vida a una forma de creatividad que raramente había sido –excepto en manos de Walt- algo más que un relleno para otras cintas. Durante toda la historia temprana de la animación, fue la invención de Disney la que marcó la pauta que otros se esforzaron por seguir. Y bastante a menudo el gran genio de Walt Disney, su chispa de creatividad, se basó en el trabajo de otros.
Ese mismo año, el genial cómico Buster Keaton creó Steamboat Bill Jr, su última cinta muda producida de forma independiente.
Ésta cinta apareció poco antes de Steamboat Willie de Disney, la coincidencia de títulos no es casual. Steamboat Willie es una parodia directa en dibujos animados de Steamboat Bill Jr y ambas tienen como fuente una misma canción: "Steamboat Bill".
Es decir que Mickey Mouse tuvo su origen a partir de Steamboat Willie, la cual a su vez, tuvo origen en Steamboat Bill Jr de Keaton.
Éste “préstamo” no era algo único, ni para Disney ni para la industria. Walt estaba siempre repitiendo como loro los largometrajes para el gran público de su tiempo. Lo mismo hacían muchos otros.
Los primeros dibujos animados están plagados de obras derivadas, ligeras variaciones de los temas populares, historias antiguas narradas de nuevo. La clave para el éxito era la brillantez de las diferencias.
Con Disney, fue el sonido lo que le dio chispa a sus animaciones. Más tarde, fue la calidad de su trabajo en comparación con los dibujos animados producidos en masa con los que competía. Sin embargo, estos añadidos fueron creados sobre una base que había tomado prestada. Disney añadió cosas al trabajo de otros antes que él, creando algo nuevo a partir de algo que era apenas viejo.
Pienso en los cuentos de los hermanos Grimm a los que Disney se acercó asiduamente.
Actualmente y en gran medida gracias al trabajo de Walt Disney se ve en los cuentos de hadas, historias dulces y felices, apropiadas para cualquier niño a la hora de acostarse. En realidad, estos cuentos resultan batante siniestros. Solamente unos cuantos padres pasados de ambición se atreven a leerle a sus hijos, esas historias llenas de sangre y moralina.
Solamente unos padres iletrados e indiferentes son capaces de construir en el imaginario personal de sus hijos, ideas sobre hadas que mágicamente resuelven conflictos, bellas damiselas que esperan la llegada de su príncipe azul, quien vendrá a rescatarlas de todos sus males para llevarlas a vivir felices por siempre.
El ejemplo más contundente a este respecto, es lo que yo llamo (sin derechos de autor) el “Complejo de Princesa”.
Mujeres de cierta idiosincrasia y/o posición social, en esa edad en la que son “elegibles” y que descuidan la autonomía, la preparación y realización personales, añorando encontrar a un hombre que les resuelva la vida. Entendiendo “resolver” en el más estricto sentido posmoderno: económicamente hablando.
La lista de las obras que Disney creó a partir de otros es muy extensa, pero en todos los casos, Disney tomó creatividad de la cultura en torno suyo, mezcló esa creatividad con su propio talento extraordinario y luego copió esa mezcla en el alma de su cultura. Toma, mezcla y copia.
Esto es un tipo de creatividad. Es una creatividad que deberíamos recordar y celebrar. Hay quien dice que no existe creatividad alguna excepto ésta.
Consideremos, por ejemplo, una forma de creatividad que les resulta extraña a muchos grupos culturales pero que es imposible de evitar en la cultura japonesa: el manga o los comics. Los japoneses son fanáticos de los comics, forman parte de su cotidianeidad. Del total de publicaciones gráficas registradas anualmente en el Japón, el 40 % son comics y el 30% total de los ingresos por publicación, provienen de ellos.
Existe también en Japón, un tipo de comic denominado doujinshi.
Los doujinshi son un tipo de imitaciones de comics y una rica ética gobierna la creación de éstos. No es un doujinshi si sólo es una copia; el artista tiene que contribuir de alguna forma al arte que está copiando, transformándolo de un modo sutil o significativo; ya sea modificando los escenarios o a los protagonistas.
Existe en Japón un gran mercado para estas creaciones, el cual florece al amparo de la ilegalidad. Lo desconcertante es el hecho de que se permita la existencia de los doujinshi.
Sin embargo, éste mercado ilegal existe y, de hecho, florece en Japón, y en opinión de muchos, el manga florece precisamente porque existe. Tal y como le dijo Judd Winick, creadora de novelas gráficas estadounidenses a Lawrence Lessig, autor del libro “Free Culture” mismo que dio origen a la columna vertebral de éste ensayo y el cual fue publicado bajo una licencia de Creative Commons:
“Los primeros días del comic en los EEUU eran muy parecidos a lo que ocurre hoy en Japón. […] Los comics estadounidenses nacieron al copiarse los unos de los otros. […] Así era como [los artistas] aprendían a dibujar: yendo a los libros de comics y no calcándolos, sino mirándolos y copiándolos” y basándose en ellos.
Walt Disney sabía mucho al respecto. Eso forma parte de su genialidad y me atrevo a decir que de su originalidad también.
Los izquierdos de autor
Vivimos en un mundo que celebra la “propiedad”. Yo también soy de los que la celebra, como creador y como individuo. Yo también creo en el valor de la propiedad en general y creo también en esa forma rara de propiedad que los abogados llaman “propiedad intelectual”.
Una sociedad grande y diversa no puede sobrevivir sin propiedad; una sociedad grande, diversa y moderna no puede florecer sin propiedad intelectual.
Pero sólo hace falta un segundo de reflexión para darse cuenta que hay un montón de valor en las cosas de ahí afuera que la idea de “propiedad” no abarca. No quiero decir “que el dinero no te puede comprar amor” que dirían los Beatles, sino más bien, al valor que es sencillamente parte de un proceso de producción, incluyendo la producción comercial y la no comercial.
Así, las cosas que cualquiera toma cuando practica la creatividad estilo Disney, tienen valor y nuestra tradición no ve esto como algo malo. Algunas cosas siempre permanecen libres para que cualquiera las tome dentro de una cultura libre.
Sería sumamente engorroso, como compositor, si uno tuviera que pagar por practicar el solfeo, la armonía o el contrapunto. Es decir, que pese a que todo el conjunto de notaciones musicales, escalas, acordes y demás fue inventado por otros antes que uno, a nadie se le ocurre que un creador tenga que pagar por utilizar el pentagrama o cualquiera de las llaves con las que un músico trabaja al momento de escribir una sinfonía, por ejemplo.
Si esto funcionara así, es muy probable que el mundo se hubiera visto privado de muchas de las grandes obras artísticas debido a que comúnmente los creadores no disponen de los medios necesarios, ni siquiera para subsistir.
Internet vino a derrumbar un montón de usos y costumbres.
Hoy en día, un músico –como nunca antes en la historia humana- es capaz de autogestionar su trabajo sin recurrir a terceros y aun así llegar a un número mucho más grande de personas, lo que nos deja de nuevo de frente al dilema de seguir vendiendo la cultura o regresarla al grupo de donde salió.
Actualmente es muy popular la idea de reservar los derechos de una manera que permita al autor recibir una remuneración por su trabajo pero al mismo tiempo permitirle a otros hacer uso de su obra y así enriquecer la cultura en la que todos estamos inmersos.
Creative Commons, Coloriuris, GPL , las llamadas licencias Copyleft, son sólo algunas de las opciones reales con las que ahora cuenta cualquiera que desee promover su obra permitiendo que otros hagan uso –comercial o no- de la misma, así como también poder utilizar la obra de otros al momento de crear.
En lo personal, me resulta no sólo una buena alternativa para burlar el totalitario Copyright, sino que creo firmemente que este tipo de licencias son el futuro de aquellos a los que nos interesa ofrecer y recibir cultura, pero sobre todo, hacer que la cultura “fluya”, enriqueciendo así, a todos quienes somos parte de ella.
La industria NO es la música
No señor, no lo es.
Es muy fácil olvidar que la industria es relativamente nueva en la historia humana y que la música ha sido la música desde que el hombre es el hombre.
Veamos un caso hipotético:
Un músico crea un montón de canciones y aunque puede optar por conservarlas para sí mismo, decide compartirlas con otras personas.
Algunas de esas personas las encuentran admirables y disfrutables, así que piden al autor una copia de las mismas para su deleite individual. Éste puede optar por regalarlas, o venderles a los otros la oportunidad de escucharlas y así obtener una buena o mala remuneración por su trabajo. Imaginemos que muy pronto la obra se vuelve popular y el autor quiere dar a conocerla a un mayor número de personas pero no cuenta con los medios para tal fin, así que recurre a alguien que sí los tiene, pactando una parte del porcentaje de las ganancias.
Al paso del tiempo, el intermediario -que no tuvo nada que ver con el acto creador- se da cuenta del buen negocio que se le ha presentado y con lo que ganó, comienza a auspiciar a más artistas y les exige cada vez más obras. Algunos creadores desistirán por considerar que su trabajo es más importante que las ganancias y algunos otros mantendrán ese pacto, considerando la oportunidad de obtener una mayor remuneración económica a cambio, muchas veces, de apartar su creación –al menos en parte – de su intención original.
El problema llega el día en que el intermediario descubre que tiene en sus manos el poder de redireccionar las obras de aquellos a quienes auspicia, hacia donde él lo desee. Es decir, se apropia del mercado y entonces el arte corre el riego de convertirse en simple mercancía de consumo. Una cosa es entretener y otra muy distinta es expresar algo. Ambas bien pueden ir de la mano, pero bien sabido es que difícilmente funciona así.
Eso ha pasado desde hace algunas décadas y el resultado evidente es el actual estado de las cosas.
Infinidad de productos culturales vendidos como “mercancías” que sólo actúan en detrimento de la cultura popular, paradigmas culturales demasiado precarios, sociedades enajenadas y cada vez más incapaces del deleite estético real, individuos aislados y/o alienados. En general, grupos sociales cada vez menos “cultos”.
Éste seguiría siendo el tenor de las cosas, de no ser por la llegada de la Internet.
En general, quienes se muestran más reticentes al concepto de “cultura libre” no son los creadores sino los empresarios de la música. Gente que vería minado seriamente el caudal de sus ingresos, si la cultura se aceptara como lo que es: propiedad de todos y de nadie.
La industria está condenada a desaparecer. Ellos lo saben mejor que nadie y hacen grandes esfuerzos por adoctrinar a sus consumidores en el hecho de defender la “originalidad” de sus productos.
Un ejemplo muy claro es lo que sucedió cuando el CD desplazó al acetato o LP.
Fabricar CDs es mucho más barato que fabricar LPs y pese a esto, cuando las compañías disqueras introdujeron el formato CD, los precios para el consumidor no sólo no se redujeron, sino que por el contrario, aumentaron considerablemente.
Yo pienso que lo mejor que le podría pasar a la música sería precisamente quedarse sin industria. Los tiempos, en efecto, han cambiado.
Crear una pieza musical cuesta trabajo, y muchas veces, mucho trabajo. Pero sólo cuesta trabajo una vez.
Entonces, si yo creo una obra cualquiera, quiero que se me recompense por mi trabajo, de acuerdo al valor del mismo –que no corresponde al artista asignar- pero que se me recompense una vez y ya.
Sinceramente –y lo digo como creador- no entiendo por qué hay que pagarle a un creador por cada vez que su obra es reproducida -por él o por terceros- si nada de trabajo le cuestan esas ejecuciones.
Este tipo de principios son los que hicieron de la industria, un monopolio controlador. Peor para los que están en medio de eso.
El caso de la pintura nos sirve de ejemplo para esto.
De modo sucinto, el registro de derechos sobre un cuadro funciona así:
El pintor crea el cuadro y lo vende como puede, donde puede y al precio que puede. Si es un autor reconocido, ya lleva ventaja.
Después el comprador de dicho cuadro pasa a ser el propietario del mismo, y puede venderlo en lo que desee, sin tener que darle al autor un solo centavo por eso, siempre y cuando, eso sí, respete la autoría del pintor y haga mención de la misma cada que haga dinero exponiendo el cuadro en salas o revendiéndolo.
Vincent Van Gogh vendió un solo cuadro en vida. Y en realidad no él sino su hermano Theo. Hoy en día los cuadros de Van Gogh se encuentran entre los más cotizados en el mundo entero.
Como la mayoría de los genios, Vincent padeció el no ser comprendido por sus contemporáneos y sin embargo, las circunstancias en las que ejerció su oficio, hicieron que Van Gogh nos regalara siempre un arte genuino, honesto y humano.
Hace falta una regularización exhaustiva sobre la manera en la que compartimos nuestra cultura, empezando por Internet.
Mientras eso pasa, nos queda seguir creando y seguir siendo creados por nuestra cultura, que al final es el reflejo exacto de lo que somos.
martes, 16 de diciembre de 2008
Sobre los supuestos derechos de autor
"Sólo podemos dar aquello que ya es de otro"
J. L. Borges
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4 comentarios:
Hola, muy buen artículo sobre los derechos de autor, mejor dicho, "supuestos derechos de autor"... Había escuchado a un cineasta decir en una entrevista que hacer cine es como barrer un cuarto vacío con una escoba vieja; no hay mucho que sea "nuevo" realmente, sino que uno va tomando ideas de diferentes partes y las ordena de acuerdo a su visión. No recuerdo el nombre del director, pero me quedo en la cabeza ese comentario... Y si, lo aclaro, no es de mi autoría la opinión. Probablemente Borges esté en lo cierto: "Sólo podemos dar aquello que ya es de otro". ¡Feliz Año Nuevo! Saludos.
muxas gracias!! feliz año xa ti tmb!!!
un beso
Hola! Gracias por tu visita!. Tu blog también me gustó mucho. Créeme que como cantautora que soy, este artículo me puso en qué pensar, muy muy interesante.
¡¡Que tengas un feliz 2,009!! :)
como llegaste a mi blog?¿
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