Franz Liszt siempre fue un pueblo de hombres.
En él coexistieron el diligente profeso, el virtuoso precoz, el mujeriego, el vagabundo, el colector de excesos y una infinidad de personajes tan ajenos y dispares como la misma obra de Franz.
Sólo quien padece en carne propia la experiencia de estar habitado por muchos hombres, entiende el conflicto que el compositor vivía.
No era el virtuoso quien se encargaba de contratar damas –quiero decir groupies de alcurnia- para que desmayasen en el momento más álgido de sus presentaciones, algo que ni a Michael Jackson ni a Mick Jagger se les hubiera ocurrido nunca; no era el vagabundo quien decidió recibir las órdenes sacerdotales, no fue el mujeriego quien permitió que su chunquita se casara con el misógino de Wagner y por supuesto, no fue el acaudalado compositor quien decidió abandonar la vida de rockstar ni bien cumplida la cuarentena.
Nadie puede asegurar qué Franz fue el responsable de la decisión de abandonar la vida del brillo social, los homenajes y las fiestas, el dinero y la fama a las que desde niño estuvo acostumbrado, a cambio de llevar una vida espiritual noble y profunda, aunque aderezada siempre por ese profeso amor por la mujer, expresado en mil excesos e interminables cadenas de escándalos sexuales y algo de diabólico humor.
Nadie puede explicar cómo se vive una pasión creativa que obliga a recluirse para meditar y componer, pero al mismo tiempo, se debate siempre contra ese impulso errante que obliga a viajar constantemente y escuchar músicas folklóricas húngaras y gitanas –pongamos por caso- para satisfacer algún instinto nómada.
A Franz suele reconocérsele la invención del poema sinfónico y el recital moderno y la moderna técnica pianística y otras tantas modernas chucherías; pero quién aplaude esa lucha de la voluntad, ese eterno mediar entre los humores, ese mandarlo todo y a todos al carajo (virtuosismo included) para acallar, al menos un poco, de menos un rato, el pueblo de voces en que habita la voluntad creativa.
Sólo quien lo vive, puede saberlo. Ya te lo digo, querido, hipócrita lector, piltrafa de escucha.
1 comentario:
Vaya que suena tortuoso y difícil el pueblo de Franz, el pueblo de hombres...
Publicar un comentario