martes, 18 de noviembre de 2008

Quemar el silencio es hacer las naves

John Cage nunca aprendió a armonizar.
Él aprendió a poner clavos, madera o papel en el piano, a licuar verduras en los conciertos; él aprendió a poner en el papel esa música misteriosa que nace cuando nadie se lo propone.
John Cage vino a sacudir a toda la música occidental para sacarla del letargo canónico en el que se encontraba sumida desde hacía ya algunos siglos.
-Para usted, la Armonía es como una pared de concreto que nunca podrá derribar -le diría en cierta ocasión, algún pardo maestro -a quien la historia no consigna- a un Cage veinteañero aspirante a compositor.
-Le sugiero que mejor se dedique a otra cosa.
-Pues estoy dispuesto a pasar el resto de mi vida dándome de golpes contra esa pared -fue lo que él contestó.
Y en cierto modo, lo hizo.
John Cage hubiera sido capaz de arrojar la orquesta entera contra la pared con tal de conseguir que la música fuera esa experiencia irrepetible que lo abarca todo.
Tal vez sí existe una pieza así en su catálogo y es sólo que yo no me he enterado.
Me imagino a un John Cage parado frente a un incrédulo público, luego de terminar dicha pieza, haciéndoles la misma pregunta que Alejandro le hiciera a sus tropas en cierta ocasión.
Cuentan de él, que una vez se metió en un rió tumultuoso, todo con barro, de La India; persiguiendo al ejército enemigo. Y que cuando iba por mitad, sus soldados perdieron pie, aquellas aguas estaban heladas; y se volvió a sus compañeros y les dijo:
-Me cago en la leche, ¿os dais cuenta de las cosas que tengo que hacer para que me tengais respeto? [sic].
Y siguió avanzando.
-Eso pasa poco ahora -diría Escohotado.
Pasa poco, pero pasa.
Sin duda creo que a Alejandro Magno le hubiera gustado el 4'33'' de John Cage.
Quemar las naves es hacer el silencio.

jueves, 6 de noviembre de 2008

El gato de Scarlatti

Pero es que nadie ha contado la historia como en realidad pasó.
Que si su alumno, que si un perro, que si el gato improvisando a cuatro patas…
La verdad es que Hasse nunca llegó a visitarlo esa tarde, ni llevaba consigo un perro ni el gato improvisó al piano el tema principal de la famosa fuga en sol menor cuando intentaba huir de su histórico enemigo. Eso fue lo que él tuvo que contar a la prensa.
La verdad es que toda la música de Domenico Scarlatti fue escrita por Pulcinella, aquella melómana de ojos grises que en las tardes opacas salía a relamerse al amparo de las tibias callejas napolitanas.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Zinacantán: Frío de muerte

Despacio va el frío caminando, bien quedito, como meciéndola a la ojerosa realidad, casi caminándolo a él, que mucho sabe de caminar; sobre los resquicios de ciertos poros. Despacio porque sabe que sólo así la vida ampara y sabe de veras.
En las pupilas acampan todavía "el cuate" y su igualmente desnutrido amo, la hermanita de sonrisa incandescente, la viajera vegetariana con todo y mascota, el comal humeando, la puta de closet, la muerte y su parentela toda junta ahí; esperando al siguiente, al observador, al que escuche.
La María yendo-viniendo toda sudada. Los ojos de la María traen el sudor favorito de Dios. Qué decir de su falda, franca algarabía pluritonal.
-Apurate con las tortillas, pue...
Pero había que regresar, pue...
Y en el camino, es otra vez el frío, sonando sus acordes.
-Tzinacantlān no es ningún lugar, es un camino- dice.
-Aquí el viento cuenta historias a todo el que quiera zambullirse, pue - dice el viejo Ramón, con la pipa retorcida y la neblina escapando de su cuerpo, bajando el muk'ta vits: el cerro grande, sobándolo al camino.
Y casi llegando a San Cristóbal, él no puede más y con la rabia bien templada, le grita:
-Sik ta lajel!!! Son jchon lu' k'usi lok'esel!!!
-No, no…A San Cristóbal vas a llegar vivo.
-Tal vez, pero morirse es quedar libre también.
Y cuando cierra la mirada, el que nunca habla castilla le dice:
-Li hoy a vikit be...
Y él sonríe, pues está muerto y el frío le ha llenado la cabeza con canciones.