miércoles, 18 de agosto de 2010

La Mesa Imposible Revisited

Honorato sigue siendo una comedia: humana, la que más.
Los dos púberes desaliñados al alimón entonando la vieja Goodbye, Charleville!, son a estas horas la caricatura de sus propias sombras: así se perderían del jolgorio.
Hace rato que Carlos se fue, llevando consigo una bolita que fumará a solas con la Juanita.
Es que yo camino para que así, la premura que se me entra por los zapatos no me moleste tanto los pasos –sentenciaría el invitado de un tal Bet(o), al que nadie conocía en realidad.
Claudio imperaba porque lo dejaran de joder y pudiera trabajar en santa paz.
Edgardo discutía con su tocayo, intentando convencerlo de la redondez del nombre femenino con el que se había topado al bajar de la cama esa mañana; pero los arcanos poco saben de femineidades.
Ricardo y Arnoldo no dejan de filosofar sobre la imposibilidad de procrear tresillos en macetas y Juan, siempre de a pocas revoluciones la lengua, dejaba escapar el secreto de su aroma a resquebrajo. Sólo Oliverio estaba –gastada libretita en mano– ahí para consignarlo.
– ¿Silencio se entona entre plumas? – cuestionaba.
Se hablaba de los que no asistieron: Francisco por abstemio, Pedrito por mamón ni fue invitado; Ludovico no escuchó el teléfono y a Juanito quesque su mujer se lo madrea.
Ya casi a la hora de cerrar, se aparecieron los del Club Funefasto y ahí se perdió una jerga…
Nadie quiso hacerles plática –los pobrecitos– y tuvieron que rondar la casa hasta que amaneciera.
Solo Roberto tuvo a bien disculparse por la demora insistiendo en no tratar de averiguar los motivos. Y fue convidado.
¿Quién asiste a una fiesta con ganas de morirse?
Hay que ser muy hijoeputa.
¿Etiopía? De menos una isla rastafari, y ni con eso.
Nuestro anfitrión cerró los ojos y calló cayó la noche.
Nacería otra Jornada.

No hay comentarios: